Una pared más para Pericles. Andando en su “vieja bicicleta”, ha recorrido la ciudad en que vive, hasta el límite: una extraña pared de ladrillos más o menos de unos tres metros y medio, enorme para este pequeño. El día en que su padre le trajo para navidad una bicicleta que compró en el basar de “Ramón”, el único que conoce la salida de la ciudad y trae cachureos de segunda mano que por aquí es la ultima novedad, si es que se puede decir así, salió en ese mismo instante a lucir su nueva bici, que de nueva tenía solo el dueño, cuantos traseros se habrían posado ahí, pero que les importa, es lo mejor de lo mejor, dentro de la ciudad. Cuando aprendió a manejarla por completo salía a las tres de la tarde en punto y volvía a las seis con minutos, pero justo para la once, y la primera muralla que encontró fue justo a la vuelta de de su casa, por una larga calle sucia, húmeda y vacía. Solo a cinco cuadras encontró aquella sorpresa que no sé explicaba. ¿Qué demonios hace una muralla ahí? Fue la pregunta que no supieron responder sus pobres padres.
-El muro siempre ha estado, es parte de la ciudad. –dijo su padre.
-No le busque la quinta pata al gato, ¿Quién se pregunta porque el cielo esta arriba? –dijo su madre. Y así continuó esta rutina. Feliz se sentía cada vez que topaba con una muralla nueva, sentía que topaba con el fin del mundo, y así fue conociendo muralla tras muralla. Dibujo los bordes de su ciudad guiándose por las murallas. Cuando vio que a su mapa le faltaba la última muralla para toparse con el punto de inicio, sintió un cosquilleo inquietante en su estomago, en su espalda, en el pelo, en todo su cuerpo. En aquella tarde, con un sol que atravesaba mas de lo normal el oscuro y espeso aire de la ciudad, las manos les temblaban al acercase a su bici, como es común, a las tres con algunos segundo, no más, para ir en busca de un nuevo muro, pero esta vez seria el ultimo. Se fue a una velocidad media, estaba distraído, pensando en muchas cosas. Sí, seria el último muro, ¿Y después que? ¿Qué haría después? También la incertidumbre de que tal vez ahí, en ese metro cuadrado se encuentre la puerta de salida de la que solo sabe Samuel Leiva, el dueño del basar del “Ramón”. Que solo él sabe hacia donde se sale, se entra, el como, el porqué y ser él, solamente él quien lo sepa. Se detuvo, miró su mapa, se fijó en las murallas con sus números respectivo, que el mismo puso. Estaba cercar, solo tenia que dar la vuelta a un edificio enorme, quizás el más grande de por aquí, con cinco pisos de altura, de seguro podrían ver al otro lado del muro. Acelero, titubeando, dio la vuelta y se encontró con una muralla muy distinta a todas, a un lado había una pequeña puerta oxidada a tal punto de ser completamente café y al otro lado, una muralla que estaba llena de musgo, húmeda, con hongos por todos lados. Tan húmeda estaba que incluso un chorro de agua serpenteaba toda la muralla. Quedo tan asombrado, impactado, ametrallado por este muro tan misterioso, que no aguanto las ganas de saber que había detrás. Intento abrir la puerta pero esta no tenia cerradura. Puso la bici de lado apoyada a la pared, puso sus pies en el asiento en que muchos traseros habrían pasado por él, pero pies, nunca, nunca. Luego puso un pie en los manubrios, estiro sus manos pero aun le faltaba por llegar, sin pensar en alguna clase de peligro, saltó y logró con sus dedos apoyarse en el mojado borde del muro, subió y se sentó para mirar, pero lo que miró, nunca lo había visto antes, ni imaginado, incluso en algún raro sueño. Una piscina gigante, con enormes trampolines y con mucha gente que en nada se parecía a la gente de la ciudad, había un olor a limpieza, a pureza, el cielo de color celeste, el aire era distinto a la de la ciudad ¡Había pasto! ¡En abundancia! Árboles, aves y bellos animales. La extraña gente de pelos con colores claros, cuerpos blancos y esbeltos quedaron estáticos, mirando al pequeño Pericles. Dejaron de lado su juego de “poker”, sus “martinis”, de lado al mayordomo, sus diamantes, sus bronceados, sus placidos descansos en el agua y sus saltos en el trampolín, por un mocoso de piel morena y mas oscura aún por el sudor y el piñen. Lo último que vio Pericles, fue a Samuel Leiva entrando por la oxidada puerta del suelo, lo miró sorprendido más que nada impactado y luego miró a un gordinflón que estaba en el agua y le hizo una seña con las manos. El dueño del “Ramón” tomó una escopeta y le disparó justo en la frente a la altura de las sienes. Samuel fue a devolver a los padres de Pericles la bicicleta del difunto niño que mucho antes le había pertenecido a algún niño del otro lado. Le contó lo ocurrido a su padre, que en sollozo le dio las gracias. La hermana menor se acercó a su padre para preguntarle donde estaba Pericles, el miró con pena la bicicleta y dijo:
-¿Pericles? –respondió de manera seca el padre. Y se fue a enterrar la vieja bicicleta.
Diciéndose para si mismo en voz alta, así es la vida, así lo quisieron, por algo esta el muro, así lo quisieron… y botó una lagrima que destrozó su tosco cuerpo.
Fin.
la muralla
Publicado por Unknown en 3:51 p. m.
Etiquetas: mis_cuentos
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